viernes, 15 de mayo de 2015

Los Pueblos Pequeños

Hoy he recibido la llamada de un amigo, un tipo genial, que no sé cómo de pronto te ves envuelto en conversaciones sumamente interesantes. Estábamos hablando de las nuevas generaciones, de las nuevas tecnologías y de como nosotros empezamos con toda esta movida.  La conversación empezó con la noticia de que muchos de los jóvenes de ahora están absortos con las redes y que nosotros asociábamos todo esto a una mayor información y a una mayor cultura, lo que supondría un mayor concepto de la libertad. Craso error. Las estadísticas del momento dicen que las nuevas generaciones sufren más ataques de celos y someten a maltrato en un porcentaje mucho mayor que los que fuimos pioneros de toda la era de la información.
Aún recuerdo mi viejo Erikson que compré mientras era maître del Parador de Ayamonte. Por fin dejaría de hacer cola frente a las cabinas telefónicas para poder llamar a la familia que tengo en el pueblo y como excusa siempre puedo decir que es para urgencias del trabajo. Sabemos de sobra que nunca se hundió un establecimiento hotelero por no estar localizable el responsable del restaurante, pero de alguna manera te tenías que autoengañar para justificar ese desembolso de dinero, que por otra parte nadie me pedía que justificase. También recuerdo los viejos Amstrad y Spectrum. No era moderno el que no tenía conocimientos de estos nuevos instrumentos. A día de hoy pasaron al olvido hasta las palabras. Seguramente no hay quien los recuerde, especialmente entre los jóvenes de menos de 40. Y de ahí la informática pasó a ser parte de nuestras vidas y los teléfonos móviles a crear adictos. Se incrustaron tanto en nuestra vidas que han pasado a esclavizarnos en muchos casos, tanto es así que crean dependencia.
Todo esto se hizo con la curiosidad de quien quería aprender cosas nuevas, con los ojos del niño inquieto que todos tenemos en nuestro interior y con la excusa magnífica que el acceso a la información de manera instantánea haría de nosotros mejores personas y seres más libres. Desgraciadamente, nunca más lejos de la realidad. Los más jóvenes maltratan y son mucho más machistas que nuestra generación de cuarentones que observamos atónitos los cambios. En cuanto a la utilización se ha pasado a la dependencia. Al igual que los herbicidas cambiaron los paisajes eliminando el rojo de las amapolas en medio de los trigales, los móviles han erradicado las conversaciones, los momentos de silencios contemplados, la chispa de la vida. Ahora preferimos decir que estamos con alguien en una terraza a 500 supuestos lectores desconocidos que disfrutar de la compañía de quien está a nuestro lado consultando con sus amigos vete a saber que chorrada. Jamás se me hubiese pasado por la cabeza mirar la conversación de mi pareja con sus amigas o amigos. Yo confiaba en ella ciegamente y  mis valores de libertad estaban claros y nítidos. Ella estaba conmigo porque me eligió no porque yo la controlase. Ella era libre de hacer lo que le diese la real gana y estaba conmigo por elección propia, porque ella quería y eso es lo que le daba valor a nuestra relación. ¿Para qué vas a estar con una chica a la que tienes que controlar y que no está libremente contigo? No tiene sentido, o al menos no lo tenía. Pues ahora se enfrascan en unas relaciones, que escapan a mi discurrir, creando unos culebrones de vidas que son del todo insoportables, implicando a terceros y llevándose por delante la paciencia del mismísimo Santo Job.
Pero esto ocurre en todos los lugares de España, dicen. No, como baluartes de los conocimientos antiguos los pequeños y viejos pueblos siguen siendo cruciales para la historia. Antaño conservaron costumbres y modales que se fijaron en el ADN de los del lugar. Los chavales de pueblo siguen saliendo y teniendo un gran contacto con la naturaleza limitando el tiempo de teléfonos móviles, limitando el tiempo de las redes. No lo hacen conscientemente pero eso les hace especiales. De pronto alguien se encuentra un móvil encima de la barra del bar. Se lo olvidaron. Al día siguiente lo recogieron pero no era demasiado importante porque en todo ese tiempo no había recibido ninguna llamada. Hay quien se sale de los foros porque les resulta incómodo que esté todo el rato pitando. Cortan por lo sano. No se preocupan si eso se puede silenciar o no. La lógica dice que si ves a alguien por la calle lo saludas. No lo silencias. Por lo tanto no voy a la calle si no me apetece pero el protocolo de saludar no se rompe. Todos al ir a la iglesia se quitan el sombrero. Aún oímos el “vaya usted con Dios”. Eso solo pasa en los pueblos. Las ciudades están a tal velocidad que nadie se da cuenta de la mitad de las cosas. Menos mal que en los pueblos hay dos cosas claras, y una de ellas que en el último traje no tenemos bolsillos. Todo lo que no sientas no te lo podrás llevar contigo. La sensación de sentirte bien, con unas risas, sintiendo las miradas de tus amigos, en vivo y en directo, no es comparable con lo de sentir a través de las redes. En tu último viaje no te podrás llevar tu móvil o tu ordenador o tu Tablet,………….¿o igual si?
Y en los pueblos aún veo cosas que me gustan.
Y los chavales naturales que se cuadran al pasar a tu lado y que te respetan, porque saben quién eres.
Y el alcahueteo de las viejas cuchicheando a tu paso.
Y la vida en contacto con la naturaleza.
Y las marchas por el campo.
Y las conversaciones cortas, las largas, las profundas, las triviales, y sobre todo los silencios atentos, donde nadie dice nada que no sea con su mirada, diciendo con eso, mucho más que todas las palabras de la Real Academia de la Lengua Española.

¡Viva los pueblos pequeños!

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Castillo de Canena

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