El hombre de Cromañon sentía
miedo. Algo natural si pensamos en los peligros que le acechaban. Y gracias a
ese miedo, estaba continuamente en guardia y encontraba la energía para
defenderse, combatir o huir.
El miedo canaliza una cierta
agresividad necesaria para la supervivencia.
El hombre moderno siente miedo. Y
también se puede considerar como algo natural en un mundo que se ha vuelto
extremadamente competitivo.
El hombre hoy tiene miedo a no
renovar un contrato, a tener que hablar en público, a tomar decisiones
drásticas, es algo natural. Lo que no le resulta tanto es el hecho de que no logremos
canalizar ese miedo y reaccionemos como nuestro antepasado, es decir, el miedo
sigue paralizando nuestra voluntad y nuestras facultades mentales y , a menudo,
nos lleva a actuar de un modo irracional.
Además nuestro antepasado
evolucionó gracias a otros motores como la ambición o el desarrollo de una
cierta capacidad de organización que le llevó a crear una serie de hábitos o
rutinas.
Y en esto también nos parecemos a
nuestro antepasado. Estamos sujetos a nuestras propias ambiciones, unas legítimas,
otras no, y a una cierta forma de hacer que agiliza nuestras tareas.
En definitiva, aun cuando hemos
evolucionado de una manera asombrosa respecto del hombre de Cromañon, en
nuestro interior hay un reducto que sigue inalterable con el trascurso del
tiempo.
Nuestras reacciones irracionales
son semejantes a las de nuestro antepasado aunque adaptadas a nuestro entorno.
En nuestra vida cotidiana a
menudo nos sorprendemos con reacciones más propias del hombre de las cavernas
que habita en nosotros que de un hombre civilizado.
Estas reacciones no son
necesariamente malas. Un golpe de genio, el miedo, la agresividad, a menudo nos
empujan hacia adelante.
El problema surge cuando nuestro
antepasado sube a escena sin ningún control por nuestra parte.
Para resolver esta paradoja,
debemos aceptar que en nosotros habita un pequeño hombre de las cavernas y
conseguir que no se inviertan nunca los términos.
Frente al hombre de Cromañon, el
hombre moderno presenta una clara superioridad en un aspecto: su espíritu
consciente. El autocontrol que le permite dominar y canalizar las fuerzas para
que actúen en su favor.
Ese espíritu consciente es el que
nos permite vernos tal y como somos y reaccionar de manera diferente a como lo
haría nuestro antepasado.
Ese espíritu consciente nos puede
llevar a:
- No
reaccionar de manera inmediata, instintiva, ante una determinada situación. Nos
permite analizar en frío los pros y los contras, tomar constancia de los
hechos, consultar a otras personas y, finalmente, decidir.
- No
dejarnos llevar por los hábitos. El hombre moderno es mucho más creativo porque
no se conforma con actuar como le han enseñado.
- Observar
las reacciones primitivas de los demás, las nuestras propias, lo cual nos
permite conocer mejor su impacto y nos puede ayudar a controlarlas.
En definitiva, nuestro
subconsciente es un depósito milenario donde se acumulan instintos,
sentimientos, hábitos y tendencias.
En función de la educación, la
experiencia, el medio en que nos desarrollemos, las pautas de nuestro
subconsciente se verán reprimidas, atenuadas o, por el contrario, exaltadas.
La influencia podrá variar en
función de las personas y sus múltiples circunstancias. Fruto de la herencia genética
habrá quienes tengan más presente en su comportamiento a ese algo más fuerte
que yo que aquí hemos llamado hombre de Cromañon.
Debemos de convivir con nuestro
antepasado y junto a él hacer frente a un mundo en cambio.
El presente siempre nos resulta
familiar en contraposición al futuro que es desconocido e incierto.
Así es fácil que reaccionemos en
ciertas ocasiones oponiéndonos al cambio o posponiéndolo indefinidamente,
olvidando con demasiada facilidad que el cambio es una oportunidad para
mejorar.
Claro que el cambio no avisa de
su llegada y a menudo debemos tomar decisiones bajo presión. En ese momento es
cuando surge nuestro antepasado con sus reacciones instintivas y negativas
frente al cambio.
Nuestro primer esfuerzo debe ir
dirigido a controlar ese reflejo subconsciente de autodefensa ante lo
desconocido y a plantearnos cómo hacer frente con actitud positiva a los
continuos desafíos del futuro.
Además de ser un mundo en cambio
es un mundo de personas.
Junto con nuestro antepasado
debemos aglutinar toda la energía y potencial que reposa en las personas.
Nuestro antepasado probablemente
nos propondría montarnos a caballo y blandiendo una espada acaudillar a todas
las tropas para vencer a nuestro enemigo.
Esa fórmula, de indudable éxito
en el pasado, hoy no nos llevaría muy lejos.
Recomiendo movilizar el potencial
de participación ya que en última instancia, una compañía no es más que la suma
de las personas y de las capacidades que la componen.
Esa movilización se puede llevar
a cabo gracias a la delegación y la motivación.
El hombre moderno debe
desarrollar una doble actitud positiva:
- Hacia
el cambio para dominarlo y no ser víctima de él.
- Hacia
las personas para delegar y motivar con éxito.