Uno de los principios de vida de nuestros
antepasados era la agresividad. La utilizaba para la caza, para delimitar y
defender su territorio de los intrusos, en definitiva para sobrevivir. El hombre moderno utiliza su agresividad para
el mercado de ofertas, para atacar con medidas urgentes ciertos parámetros como
la inflación, la prima de riesgo, las cifras del paro, para en definitiva el
marketing. El hombre tiene una fuerza en su interior que le hace luchar para
conseguir sus metas y que provoca agresividad necesaria para triunfar. No es
necesario referirnos a las guerras o a las extrañas políticas que condenan a
una muerte segura a millones de seres humanos. Basta con pensar en un prototipo
de hombre de negocios que sobrevive semanalmente al puente aéreo. Se va hacia
su coche que tiene aparcado en el aparcamiento del sótano de su bloque.
Introduce la llave en el contacto, la gira y … el coche no arranca. Insiste e
insiste hasta que un sudor frío le recorre la espalda. Insiste y empieza a
amenazar al coche. El coche, como es evidente, no se da por aludido. El
brillante ejecutivo se baja del coche y lo insulta, le pega una dolorosa patada
a la rueda, pega un portazo y sube de nuevo a su casa. Como ejecutivo que es,
toma decisiones, sale de casa y llama un taxi. El nivel de exitación se
mantiene alto, vaya mañanita. Pasan dos minutos y el taxi que no llega y además
estamos en Madrid, hora punta. Pasan cinco minutos y nuestro hombre civilizado
empieza a comerse las uñas. Por fin llega el taxi y HORROR. El taxista es un
hombre civilizado y TRANQUILO. No parece estar dispuesto a pisar el acelerador
por encima de los límites establecidos. Además se mantiene en el carril
izquierdo y por encima de todo atasco y Madrid y hora punta.
Lo cierto es que una determinada
circunstancia puede cambiar nuestro estado de ánimo y empujarnos a actos
absolutamente anodinos, como hablarle o pegarle patadas a nuestro coche, puede
aflorar la rabia, la irritación y la cólera.
Es un algo más fuerte que yo, que nos impulsa
a actuar de una manera irreflexiva y, en ocasiones, agresiva.
Para resolver esta situación hemos de aceptar
que en nosotros habita un pequeño hombre
de las cavernas y conseguir que nunca nos quite nuestro civismo. Frente al
hombre de Cromañon, el hombre moderno presenta una clara superioridad en un
aspecto, su espíritu consciente. El autocontrol que le permite dominar y
canalizar las fuerzas para que actúen en su favor. Ese espíritu consciente nos
puede llevar a no reaccionar de manera inmediata, instintiva, ante determinada
situación. Nos permite analizar en frío los pros y los contras, tomar
constancia de los hechos, consultar a otras personas y finalmente, decidir. Es
importante no dejarnos llevar por los hábitos. El hombre moderno es mucho más
creativo porque no se conforma con actuar como le han enseñado. Observar las
reacciones primitivas de los demás, las nuestra propias, lo cual nos permite
conocer mejor su impacto y nos puede ayudar a controlarlas. Nuestro
subconsciente es un depósito milenario donde se acumulan instintos,
sentimientos, hábitos y tendencias. En función de la educación, la experiencia,
el medio en que nos desarrollemos, las pautas de nuestro subconsciente se verán
reprimidas, atenuadas o por el contrario exaltadas. La influencia podrá variar
en función de las personas y sus
múltiples circunstancias. Fruto de la herencia genética habrá quienes tengan
más presente en su comportamiento a ese algo más fuerte que yo, que nos convertirá
en un Cromañon. El presente siempre nos resulta familiar en contraposición al
futuro que es desconocido e incierto.
El cambio es una oportunidad de mejorar.
Nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a
controlar el reflejo instintivo de autodefensa ante lo desconocido y a
plantearnos cómo hacer frente con actitud positiva a lo continuos desafíos del
futuro.