sábado, 15 de diciembre de 2012

Agresividad


     Uno de los principios de vida de nuestros antepasados era la agresividad. La utilizaba para la caza, para delimitar y defender su territorio de los intrusos, en definitiva para sobrevivir.  El hombre moderno utiliza su agresividad para el mercado de ofertas, para atacar con medidas urgentes ciertos parámetros como la inflación, la prima de riesgo, las cifras del paro, para en definitiva el marketing. El hombre tiene una fuerza en su interior que le hace luchar para conseguir sus metas y que provoca agresividad necesaria para triunfar. No es necesario referirnos a las guerras o a las extrañas políticas que condenan a una muerte segura a millones de seres humanos. Basta con pensar en un prototipo de hombre de negocios que sobrevive semanalmente al puente aéreo. Se va hacia su coche que tiene aparcado en el aparcamiento del sótano de su bloque. Introduce la llave en el contacto, la gira y … el coche no arranca. Insiste e insiste hasta que un sudor frío le recorre la espalda. Insiste y empieza a amenazar al coche. El coche, como es evidente, no se da por aludido. El brillante ejecutivo se baja del coche y lo insulta, le pega una dolorosa patada a la rueda, pega un portazo y sube de nuevo a su casa. Como ejecutivo que es, toma decisiones, sale de casa y llama un taxi. El nivel de exitación se mantiene alto, vaya mañanita. Pasan dos minutos y el taxi que no llega y además estamos en Madrid, hora punta. Pasan cinco minutos y nuestro hombre civilizado empieza a comerse las uñas. Por fin llega el taxi y HORROR. El taxista es un hombre civilizado y TRANQUILO. No parece estar dispuesto a pisar el acelerador por encima de los límites establecidos. Además se mantiene en el carril izquierdo y por encima de todo atasco y Madrid y hora punta.
     Lo cierto es que una determinada circunstancia puede cambiar nuestro estado de ánimo y empujarnos a actos absolutamente anodinos, como hablarle o pegarle patadas a nuestro coche, puede aflorar la rabia, la irritación y la cólera.
     Es un algo más fuerte que yo, que nos impulsa a actuar de una manera irreflexiva y, en ocasiones, agresiva.
     Para resolver esta situación hemos de aceptar que  en nosotros habita un pequeño hombre de las cavernas y conseguir que nunca nos quite nuestro civismo. Frente al hombre de Cromañon, el hombre moderno presenta una clara superioridad en un aspecto, su espíritu consciente. El autocontrol que le permite dominar y canalizar las fuerzas para que actúen en su favor. Ese espíritu consciente nos puede llevar a no reaccionar de manera inmediata, instintiva, ante determinada situación. Nos permite analizar en frío los pros y los contras, tomar constancia de los hechos, consultar a otras personas y finalmente, decidir. Es importante no dejarnos llevar por los hábitos. El hombre moderno es mucho más creativo porque no se conforma con actuar como le han enseñado. Observar las reacciones primitivas de los demás, las nuestra propias, lo cual nos permite conocer mejor su impacto y nos puede ayudar a controlarlas. Nuestro subconsciente es un depósito milenario donde se acumulan instintos, sentimientos, hábitos y tendencias. En función de la educación, la experiencia, el medio en que nos desarrollemos, las pautas de nuestro subconsciente se verán reprimidas, atenuadas o por el contrario exaltadas. La influencia podrá variar en función de las personas y  sus múltiples circunstancias. Fruto de la herencia genética habrá quienes tengan más presente en su comportamiento a ese algo más fuerte que yo, que nos convertirá en un Cromañon. El presente siempre nos resulta familiar en contraposición al futuro que es desconocido e incierto.
El cambio es una oportunidad de mejorar.
      Nuestros esfuerzos deben ir dirigidos a controlar el reflejo instintivo de autodefensa ante lo desconocido y a plantearnos cómo hacer frente con actitud positiva a lo continuos desafíos del futuro.

1 comentario:

Castillo de Canena

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